martes, 22 de enero de 2013

Tacto

De entre todos nuestros sentidos, el tacto es el que nos "conecta" más directamente con el mundo que nos rodea. Tocamos cosas cada día, nos encantan las caricias, los masajes y el contacto con otras personas, y rechazamos el dolor, las formas afiladas y los objetos demasiado fríos o calientes.


Como ocurre con todos los animales, el cuerpo humano tiene diferentes sensibilidades al tacto.
Así, las zonas más sensibles son nuestras manos, pies, boca y genitales, mientras que otras, como las piernas o la espalda, han desarrollado tejidos más fuertes y menos sensibles al tacto.
Vamos a establecer dos sensaciones como las principales que interpreta el tacto sobre lo que tocamos o nos toca: el dolor y el placer.

En cuanto al dolor, en contra de la creencia clásica de que su proceso se realiza en una zona concreta del cerebro, se ha demostrado la complejidad que tiene como proceso sensitivo. En primer lugar, el aprendizaje y acondicionamiento a algunos estímulos hace que lo que es dolor para una persona, para otra sea una sensación casi imperceptible. La expectativa que tenemos sobre el dolor que nos puede causar cierto golpe, pinchazo, corte... influye directamente en lo doloroso que será. Las emociones asociadas a un estímulo táctil, por su puesto, tienen un papel determinante para que el sujeto sienta algunos estímulos como placenteros y otros como dolorosos.

El placer, por su parte, es un proceso no menos complejo que el dolor. Se ha demostrado la producción de endorfina ante estímulos táctiles placenteros (por eso los masajes nos dejan en tal estado de relajación) y el tacto tiene un papel fundamental en la respuesta sexual de un individuo.

El tacto, pese a ser uno de los sentidos que sufren mayor acondicionamiento (por eso no sentimos la ropa que llevamos puesta todo el rato) y, por ende, insensibilidad en algunos casos, es el sentido que nos conecta de forma más íntima con lo que nos rodea y con las personas, de ahí nuestro gusto por tocar y abrazar a las personas hacia las que desarrollamos lazos emocionales (cosa apreciable en gran cantidad de familias de homínidos).

Por ello, podemos saber con total seguridad que sin el sentido del tacto, nuestra interpretación de la realidad sería mucho más débil y confusa y, por supuesto, la forma de sentirnos ligados al mundo que nos rodea, también.

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