¡Hola a todos! Hoy vamos a abarcar un interesantísimo
tema, que ha suscitado durante las últimas décadas el debate en el
mundo de la ciencia: ¿Nacemos con todas las neuronas en el cerebro
que tendremos a lo largo de nuestra vida, o somos capaces de crearlas
y regenerar así nuestros circuitos neuronales?
Desde hace años, el Dalai Lama viene reuniéndose con
los científicos más vanguardistas del mundo, en pos de unir los
conocimientos más novedosos en todos los campos de la ciencia.
En la ocasión de la que vamos a hablar, fueron
invitados los investigadores actuales con sus últimos resultados
sobre el campo de la neurología, ciencia en auge del último siglo.
En 1913, Ramón y Cajal postuló que, en lo referente a
nuestra materia cerebral, “todo es susceptible de morir, y nada es
susceptible de regenerarse”. La idea del cebrebro como una
computadora sofisticada, hacía difícil la creencia de que ciertas
partes de tal computadora fueran capaces de regenerarse, creando
nuevos circuitos internos. De ahí el postulado de que le es
imposible al cerebro adulto producir nuevas neuronas. Los científicos
del s.XX veían imposible creer que fuera posible la incorporación,
durante la vida, de neuronas al cerebro, con miles de conexiones
nuevas y terminales que se interconectasen con el resto de la
estructura cerebral.
Durante los '70 y '80, irrumpieron en el panorama de la
neurociencia Altman, con sus experimentos sobre el desarrollo
cerebral de las ratas, y Kaplan, con sus investigaciones sobre los
cambios en el canto de los pájaros en cada estación del año, y los
siguientes cambios que ello produciría en los cerebros de las aves.
Dichos estudios, publicados en revistas científicas de
rigor, fueron desechados por toda la comunidad científica.
Con la técina de la tinturación fluorescente con
timidina, lo cual “marcaría las células cerebrales nuevas” a
ojos de microscopios electrónicos, Kaplan trató de demostrar que a
lo largo de la vida de estos pajarillos, se iban añadiendo nuevas
neuronas en sus circuitos cerebrales, descartando así las ideas de
inmutabilidad del cerebro.
Sin embargo, en los '90 tales indicios sobre
neurogénesis fueron echados por tierra por Pasko Rekik, científico
de la Universidad de Yale. Estudió con la misma técnica de la
timidina a primates, entre tres días y seis años, y no observó
ni una nueva célula, marcada por la timidina, en todo este tiempo.
Y es evidente que el cerebro humano se asemeja mucho más
al de los primates que al de los pájaros.
Sin embargo, entre los defensores de la idea de la
neurogénesis surgió Elizabeth Gould, quien mostró que en el
hipocampo de las ratas nacen nuevas células a lo largo de sus vidas.
El hipocampo, entre otras funciones conocidas por aquel entonces, es
la zona cerebral encargada de la acumulación de los recuerdos.
A finales de los '90, la discusión científica era
grande. Desde luego, Gould había dado prueba de que la existencia de
cierta producción celular en el cerebro. Sin embargo, la creación
celular se producía de forma muy diferente a como estaban
acostumbrados a ver los científicos del momento. Se delató la
existencia de células madres en el cerebro, productoras de nuevas
neuronas. Las objecciones de la inmutabilidad cerebral iban perdiendo
fuera, a la par que el número de neurólogos interesados en el la
cada vez más posible neurogénesis, iba aumentando exponencialmente.
Ya en los años '40, el científico Donald Hebb, gustaba
de llevarse a algunas ratas del laboratorio a su propia casa, en
calidad de mascotas, y se percató de los cambios conductuales que se
producían en ellas. Tenían menos miedo que las que pasaban el día
encerradas en el laboratorio, y se mostraban más exploradoras y
activas. En los '60, los científicos de la Universidad de California
se quedaron pasmados al comprobar que el peso del cerebro de las
ratas que habían sido expuestas a “ambientes enriquecidos”
(mayor conacto entre ellas, y con personas, permitiendo así que los
roedores hicieran ejercicio, y dándoles estímulos diferentes)
tenían mayor masa cerebral que las ratas sometidas a ambientes de
laboratorio, sedentarios y faltos de estímulos externos.
La controversia no fue poca: ¿La experiencia
realmente podía cambiar la estructura y la masa cerebral? ¿Serían
erróneas las teorías que sostenían que el cerebro y su estructura
venían determinados por la genética del individuo?
Un equipo de Berkeley quiso continuar con tales
estudios, en los cuales se demostró que las ratas sometidas a
estímulos durante sus vidas (ambientes enriquecidos, donde jugaban
con otras ratas), además de presentar un aumento del 5% en su masa
cerebral, presentaban cambios en sus conductas, se mostraban más
inteligentes para cruzar los laberintos tras los cuales había
comida, y su actividad a lo largo del día era mayor.
El
ambiente enriquecido hacía florecer la corteza cerebral,
literalmente, así como también mejoraba la conducta y las
capacidades de las ratas.
Sin embargo, hablábamos de animales, no de personas. Y
aun existían muchos escépticos. La cuestión era, ¿tales ambientes
enriquecidos influirían en el cerebro humano?
En medio de este punto de la reunión, se suscita el
debate con los budistas de la sala: ¿es lícito esta experimentación
con animales, donde pueden llegar a susfrir?
El Dalai Lama sostiene que es lícito, mientras tenga
una utilidad (teniendo siempre límites éticos) y ayude, en última
instancia a mejorar nuestras propias vidas y de quienes nos rodean.
En fin, la dificultad ahora era ser capaces de demostrar
esta neurogénesis, pero en seres humanos. Y la gran dificultad
consistía en que no existía ningún medio No Invasivo para
comprobar la creación celular en el cerebro humano vivo.
¿O tal vez, si que era posible?
Por aquel entonces, a pacientes de cáncer se les
suministraba BrDU, una sustancia parecida a la antes usada timidina,
que permitía “marcar” las células nuevas que iban surgiendo en
sus organismos, para poder determinar si eran cancerígenas o no. Tal
sustancia se extendía también al cerebro, y de este modo, se podía
saber si los cerebros habían producido nuevas células siendo ya la
persona adulta. El problema ahora, era determinar si tales nuevas
células eran neuronas sanas, o células producto de la metástasis.
No obstante, los científicos se aventuraron. Para ello,
tuvieron que pasar por el penoso espacio de tiempo de esperar que
cinco pacientes de cáncer, inyectados con BrDU, murieran, para así
poder ser examinados sus cerebros, posteriormente.
Tras dos años de espera, tuvieron sus cerebros,
cuidadosamente conservados tras las trepanaciones, y comenzaron sus
observaciones. Tuvieron que diferenciar a las nuevas neuronas y a las
metastásicas... y, ¡sorpresa! Sí que habían sido creadas nuevas
neuronas durante la vida adulta de estos pacientes.
Se
comprobó que en el hipocampo se producián células que, más tarde,
migraban a otras zonas del cerebro, donde desempeñaban sus funciones
debidas, anexionándose con las neuronas ya creadas y creando
sistemas nuevos.
Los misterios por resolver aún eran muchos.
La experimentación con BrDU en humanos había sido
prohibida, por la posible toxicidad del químico en pacientes
cancerosos, pero aun podía ser utilizado en ratones.
Las experiencias con “ambientes enriquecidos” años
atrás llamaron la atención de Fred Gage, científico puntero en
neurología del momento, quien no dudó en continuar con estos
estudios.
Se separaron a diferentes ratones. A algunos se les
colocaba en jaulas donde podían correr en ruedas giratorias durante
el día, si ellos querían, y a otros se les sometía a ejercicios
obligatorios. Se observó que el ejercicio voluntario promovía la
neurogénesis, al contrario que el ejercicio obligatorio, que parecía
casi mermar las capacidades de los ratones.
Los efectos del ejercicio voluntario eran sorprendentes.
La producción neuronal aumentaba a la par de las capacidades
sensoriales y de aprendizaje de los ratones.
Las neuronas de los ratones que hacían ejercicios
voluntarios, poseían más dentritas y mayor comunicación
interneuronal. La vida activa beneficiaba exponencialmente al
funcionamiento neuronal de los ratones.
Tampoco fue una tontería el posterior descubrimiento de
Fred Gage: el hipocampo, a parte de ser encargado del
almacenamiento de recuerdos en el cerebro humano, juega un papel
fundamental en la depresión.
Lo que aún no se determinó es, si la depresión afecta
a la reducción del hipocampo, o si alguna causa ajena hace que el
hipocampo se reduzca, y ello conlleva a la depresión.
Lo que estaba claro, es que la depresión es un proceso
por el cual, un hipocampo mermado es incapaz de reconocer lo novedoso
del ambiente que rodea al individuo, de lo cual se suceden las
típicas frases de personas depresivas en consultas médicas: “Todo
me parece igual. Nada me parece emocionante en esta vida”.
Juega en la depresión un papel fundamental, la ausencia
de ejercicio físico. Esta falta de movimiento hace ceder a la
neurogénesis, responsable de la creación de neuronas, y por tanto,
de la capacidad de reconocer lo nuevo que nos rodea y de la capacidad
de relacionarnos con nuestro ambiente.
Otro factor determinante en la depresión es el estrés
crónico (epidemia del s.XXI, por excelencia). El estrés produce
determinados químicos en el cerebro que merman la capacidad de las
células madre cerebrales, y de ahí la imposibilidad del desarrollo
cerebral.
Lo que quedó claro en sus experimentos, es que el
cerebro, lejos de las viejas teorías estáticas de principios del
s.XX, es un órgano en constante cambio, lo cual nos hace pensar en
un constante cambio de nuestra percepción y de nuestra propia
conciencia como individuos en el mundo.
Según el propio Gage: “el ambiente y las
experiencias cambian nuestro cerebro; así que lo que somos como
personas, cambia, dependiendo de las experiencias y el ambiente en
que vivimos”
De esto se puede deducir que no hay bases para creer en
un Yo estático y No Cambiante, ya que lo que vamos viviendo nos va
afectando y cambiando nuestras conexiones neuronales.
Las personas, con nuestra conciencia podemos crearnos la
idea de un Yo, que se mantiene inalterable fuera de nuestras
circunstancias de vida, aunque no nos percatamos de esos cambios
sutiles que se van produciendo a lo largo de nuestra vida, con cada
sensación nueva que vamos recibiendo en nuestro ambiente.
La teoría de que salimos del útero materno con todas
las neuronas que tendremos en nuestra vida, había sido totalmente
desmontada por Gage.
El cerebro adulto, por tanto, puede agregrarse a sí
mismo nuevas estructuras al conservar el sentido de la maravilla y de
la curiosidad mediante las nuevas experiencias que recibe el
individuo desde el exterior.
Ahora viene la nueva pregunta: ¿El Yo, entendido por la
cultura occidental, existe realmente, o sólo somos un cúmulo de
experiencias y recuerdos que se va renovando constantemente y que nos
dotan de conciencias diferentes a lo largo de nuestras vidas?
Como vemos, el mundo de la ciencia sigue teniendo un
amplio terreno por explorar. Lo que no sabemos nunca del todo, es en
qué cosas acertamos, y qué cosas hay que desechar por nuevos
conocimientos que nos permitan conocernos a nosotros mismos y a lo
que nos rodea.
Interesante artículo, de muchas implicancias filosoficas, como por ejemplo entender que la vida es constante diversificación, creación (como por ejemplo la evolución de las especies, siempre diversificandose y generando subespecies), y que en consecuencia cuando dejamos de hacerlo encerrandonos en circulos mentales o experenciales que impedirían la neurogenesis, simplemente vamos contra nuestra propia naturaleza y desarrollo (y busqueda de la felicidad, como normalmente se denomina la meta ultima de la vida). Gracias por el trabajo. :)
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